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Sal y piedra

publicado el 28 de junio de 2012

Que a mí no me vengan con cuentos de hadas. Una cree en ellos cuando es pequeña, crece, aprende que son embustes y se desilusiona. Después cuando grande, si resultan verdad se jode el cerebro y una acaba peor. No hay como ganar.

En la costa hay una roca del tamaño y forma de una persona. A veces está en un cerro, otras veces las olas le dan. Depende. No importa. Es lo mismo. Como iba, hace muchos años alguien despidió a su amante, quien se iba en barco a quién sabe qué demonies. A la guerra, a buscar trabajo, a una aventura, a encontrarse a sí misme, o huyendo de algo. Siempre es una excusa monga. Por supuesto, la persona que se quedó juró que esperaría, siempre lo hacen. La gente es pendeja. Fiel como nadie, espera y que te espera. Tanto estuvo ahí mirando el mar que les dioses, admirando su fidelidad, tuvieron compasión y le convirtieron en piedra. Se queda así por toda la eternidad, mirando el mar, esperando. Colorín colorado y este cuento se ha acabado.

Romántico, triste, mágico, tierno. Ese cuento existe en todos lados. Hay una piedra protuberancia en las aguas y rápido le achacan la leyenda. Si la piedra es pequeña, es mascota en vez de amante. Nadie se lo cree, claro. No es que seamos idiotas. Son cosas que una cuenta para entretener a les niñes. Incluso aquí teníamos nuestra propia versión. La piedra estaba en el peñón que se ve desde el la playa.

Ahora, imagínate el susto que se llevó el pueblo el día un barco trajo a un hombre buscando a su amada.

Tenía pinta de que era todo mar. De verlo sentías toda esa sal que debió haber absorbido en sus décadas y se te secaban los labios. Estaba viejo, más viejo de lo que era justo que un hombre fuese. Tan arrugado que no se parecía a nada. Había perdido todo el color en su pelo y sus ojos eran grises. Su piel tan quemada por el sol que quién sabe de qué color era. Pensaba lento, hablaba lento, se movía lento, pero cada paso que daba era sólido, como si tuviese que ir a un lugar y su cuerpo no se rompería hasta que lo hiciese. Cuando se sentaba su cuerpo se encorvaba y todos esos aires de aventuras y experiencias de deshacían y respiraba como si por fin estuviera a punto de descansar.

Sabía mucho del mundo, eso no se podía negar. Qué no había visto ese hombre. Le dabas un mapa y hablaba por días de cómo era la gente de aquí, de qué se comía allá, de la historia de por acá. No había región de la cual no podía decir al menos una cosa que nosotres no sabíamos. Miraba el continente de Borikén como si careciera de misterios. Pero cuando lo hacía había algo entre ceja y ceja, una tensión de amargura o resentimiento.

sal y piedra

Nos dijo que había dejado a su amada aquí en Mal Paso. Según él, se había ido para la guerra. Cuál no se acordaba. Dijo que fue dictamen general. Cada pueblo tenía que enviar a una tercera parte de sus jóvenes y él había sido uno de les elegides. Aquí nadie se acordaba algo como eso. Tú sabes, las grandes ciudades tienen sus escaramuzas de vez en cuando y se matan cuando no tienen nada mejor que hacer, pero nada que requiera servicio obligatorio. Preguntamos por aquí y la última vez que hubo tal cosa fue en los días de nuestres bisabueles. La gente que está a punto de morir te puede contar de cómo perdieron a un padre o una madre, o como nunca conocieron a algune familiar.

Alguien calculó que si en serio era de este pueblo, tenía que tener más de cien años. Y pa’ qué fue eso. El pueblo entero se volvió loco. O mejor dicho concluimos que el viejo estaba loco. No podía ser que un hombre durara tanto. No quedaba otra explicación, tenía que estar mal de la cabeza. ¿Qué más podía ser?

Queríamos creer eso, pero no nos convencíamos. El viejo era otra cosa. No caminaba como forastero, se sabía el nombre de las calles de Mal Paso, y podía señalar en qué dirección se encontraban los edificios importantes. Aún con todas sus ropas de lugares distantes daba la impresión que pertenecía. Eso no tenía sentido y nos asustaba.

–¿Y si la novia es la piedra en el peñón? –preguntó Guayabo, entonces una niña, haciendo conexiones mentales que sólo se hacen a esa edad. La piedra llevaba ahí desde antes de todes nosotres, razonó, y el marinero era más viejo que les más viejes del pueblo.

El pueblo intentó ignorarla. Les niñes hablan cuando las gallinas mean y todo eso. Pero ella insistió y no les quedó remedio que discutir su teoría. Como siempre pasa aquí, el debate se degeneró a teología de arrabal. Que ¿qué razones tenían les dioses para convertir a una mujer en piedra? ¿Para qué le darían a un hombre tantos años de vida sólo para regresar decrépito e inútil? Les dioses, en su santa omnipotencia tenían mejores cosas que hacer.

Yo estuve en esa discusión, callada en una esquina sin meterme. En esos días yo tenía reputación de hereje. Bien merecida, no lo niego. Decían que no creía ni en la luz de quinqué, y bueno, en sentido metafórico era cierto. Así que por meterle cizaña al asunto dije que tenían razón, que la anatomía humana no podía durar todos esos años y que no habían suficientes minerales en el cuerpo para convertir a une persona en piedra. Era científicamente imposible. Le puse un acento a cada sílaba de esas dos últimas palabras.

Tú eres de aquí y sabes que en este pueblo si hay algo más importante que llevarle la contra a la religión de oposición es hacer quedar mal a quienes no respetan a les dioses.

¿Por qué no? respondieron enojades, les dioses podían hacer lo que querían. Estaba dentro de su poder hacer eso. ¿Y por qué no lo harían? ¿Qué había más noble que el verdadero amor? Era posible, claro que tenía que serlo. Si les dioses no se dignaban a responder una plegaria de amor, ¿qué pasaría con elles que pedían boberías en comparación?

Toda esa pelea quedó en nada. De boca pa’ fuera y nada más. La gente quiere creer en milagros, no verlos pasar. Y menos que les pasen a otre. Guayabo, por otro lado, estaba en esa edad en que empezaba a dejar atrás su infancia. Necesitaba que fuera verdad. El mundo adulto es tan serio y lleno de desilusiones y monotonía. El viejo era la única ventana que le quedaba del mundo lleno de maravillas que los cuentos le habían prometido. Me imagino que fue por eso que le dijo al anciano marinero que la roca en el peñón era la mujer que buscaba.

Al día siguiente el viejo había desaparecido. Buscamos por todos lados y nada. La piedra tampoco estaba.

sal y piedra

¿Y por qué tú me miras así? No pasó nada más. Colorín colorado. Sí, lo sé, el final no gusta. ¿Qué más quieres que te diga? Ahí acabó todo.

Algo tuvo que pasar. Obvio. El qué es lo que no se sabe. Al viejo le dio un ataque de locura, arrancó la piedra, y se tiró del risco. Les dioses les convirtieron en espuma y se unieron al mar. Pensando que se estaban burlando de él, destruyó la piedra y se fue del pueblo sin avisar. Quizás desaparecieron y reencarnaron para tener la vida juntes que no tuvieron en esta. Guayabo, ofendida porque se rieron de ella, mató al viejo y se robó la piedra. No sé, nadie sabe, ése es el punto.

Pero te digo esto. Con el tiempo, cuando nosotres que vimos al viejo muramos y lo que pasó sea más rumor que recuerdo, la gente se pondrá a inventar. Cambiarán el cuento a como mejor les convenga. ¡Las cosas que le dirán a sus niñes! Será una leyenda que hará quedar mal a todas las otras leyendas. Y estoy segura que con los años, el cuento del marinero que regresó por su amada se extenderá a todos los pueblos de la costa que no tienen una de esas grandes piedras que miran el mar, esperando a alguien que nunca llega.

Este cuento es parte de la colección 'Los Virreinatos de Borikén: Cuentos (2012)+' disponible para el Kindle. Como bono, también se incluye el primer libro de la novela 'Los Virreinatos de Borikén: La valiente aventura de Áureo Gallardo.'

Derechos reservados: Julio A. Pérez Centeno
Última modificación: 2016